La Academia Nacional de Ciencias trajo a Tulio Alperín Donghi para una celebración del bicentenario del nacimiento de Domingo Faustino Sarmiento 1811-1888 y fue una gran oportunidad para encontrar respuestas al pasado y al futuro con el historiador.
A menudo es descripto como el “historiador argentino contemporáneo más prolífico e influyente”, pero él reniega de ambos calificativos. Tulio Halperin Donghi nació en Buenos Aires en 1926 y se dispone a cumplir 85 en California, donde reside desde 1972. Desde entonces ejerce la docencia y la investigación en el Departamento de Historia de la Universidad de Berkeley.
Tulio Alperín Donghi |
Doctor en Historia y en Derecho, egresado de la Universidad Nacional de Buenos Aires (UBA), Halperin Donghi desarrolló una conspicua carrera académica entre 1955 y 1966. Pero es uno de los tantos científicos e intelectuales emigrados tras la “Noche de los Bastones Largos”, mote que designa a la violenta intervención de la UBA, en julio de 1966 y durante el gobierno de facto del general Juan Carlos Onganía.
Alguna vez se propuso volver, pero terminó quedándose en el exterior. Esto le ha valido no pocas críticas, ácidas o socarronas, por parte de historiadores de corrientes adversas. “No voy a hablar de eso”, se ataja Halperin, cuando se le menciona la línea “nacional y popular” y a un conspicuo referente, Norberto Galasso. Aún así, y al igual que en otras entrevistas, en la que concedió a este diario volvió a despacharse contra el “revisionismo histórico”. Una escuela que, a su juicio, “no aportó nada” a la comprensión de los procesos que forjaron esta nación.
Para Halperin Donghi, el presente es parte de la historia. Esta concepción hace que su charla sea tan atrevida como interesante. También se diferencia de quienes prefieren estudiar el pasado y cuanto más remoto, mejor. Otra característica suya es la resistencia a abrir juicios de valor sobre los próceres. Por el contrario, Halperin encuentra muy enriquecedoras sus contradicciones y contrapuntos, del tipo de los que se suscitaron entre personalidades disímiles y coetáneas, como Sarmiento (1811-1888) y Bartolomé Mitre (1821-1906).
Siempre hubo dos visiones de la Argentina, y no necesariamente opuestas. No le gusta endilgarle a Mitre toda la responsabilidad del “modelo agroexportador”, aunque reconoce que el esquema se mantiene más allá de lo esperable, y deseable. Tras la debacle hemisférica de 1929, con la estrepitosa caída de Wall Street, Argentina empezó a tener “un gran futuro en su pasado”, sostiene Halperin Donghi. Sin embargo, ese pasado se reproduce cíclicamente, milagrosamente. Ni siquiera Juan Domingo Perón y sus continuadores, incluyendo a la actual presidenta, Cristina Fernández, han logrado sustraerse a la exportación de recursos primarios como sustento de la economía.
En cambio, por el lado social, las duras experiencias parecen haber desalentado definitivamente la costumbre de apelar a los cuarteles para “recomponer el orden”. Lo cual no significa que hayamos logrado establecer una instancia de autoridad que logre resolver los conflictos.
Tácitamente, Halperin Donghi parece compartir con Sarmiento esa visión desalentadora de la argentinidad. Pero, al igual que el sanjuanino, no cree que sea óbice para pensar, trabajar y soñar por una Argentina mejor. Todo lo contrario.
Argentina y el generalato
–El peronismo, ¿es el movimiento político que mejor representa o se adecua a nuestro temperamento? Que lo haya fundado un general, ¿es pura coincidencia?
–Repasemos el surgimiento del peronismo. Parecía una respuesta lógica, pero transitoria, a cuestiones de largo arrastre. Terminó siendo un punto de inflexión cuyos efectos no sólo perduran, sino que se intensifican con el tiempo. Uno tiende a creer que el problema del país “es” el peronismo, pero no es así. Tampoco comenzó con éste. Ciertos rasgos vienen de muy atrás. Me gusta ilustrarlos con una anécdota de Sarmiento, que aparece en sus Papeles del Presidente (1868-1874). Tras asumir la primera magistratura, Sarmiento cruza la calle en dirección al despacho presidencial (quedaba en la Oficina de Correos; la Casa Rosada se construyó recién en 1880). Lo acompaña su predecesor, el general Bartolomé Mitre. Cuando llegan al despacho, lo encuentran ocupado por una muchedumbre que se había autoinvitado. A Sarmiento, que tenía un sentido muy chileno de la autoridad, lo embarga una furia impotente. “Al presidente de Chile no le pasarían estas cosas …”, rezonga. Mitre, sin mediar palabra, se sube a una mesa, comienza a hacer chistes y finalmente los saca a todos del recinto.
–¿Significa que sólo un militar sabía manejar a las masas?
– Yo no hago ese tipo de consideraciones. Un siglo después, ocurrió algo distinto, pero parecido. En 1973, el general (Alejandro Agustín) Lanusse, todo un caballero, se dirigía a la Casa Rosada acompañando a su sucesor y flamante mandatario electo, Héctor Cámpora. Mientras caminaba, Lanusse recibía insultos y escupidas en la espalda. Sin inmutarse, le dice a Cámpora: “Siento tanto, doctor, que con todo este ajetreo no he podido saludar a su señora”. A lo cual éste, con su mejor tono versallesco, le responde: “Enseguida se la presento, general”. Y lo hace.
Mitre-Roca-Justo-Perón
–Hasta la última e infausta dictadura, un uniforme era garantía de orden en el imaginario argentino...
–Hay una tradición, que comienza con Mitre (1862-68) y se continúa con los generales Julio A. Roca (1880-86), Agustín P. Justo (1932-38) y Juan Domingo Perón (1946-55). Es la línea Mitre-Roca-Justo-Perón. El “eje San Martín-Rosas-Perón” también se compone de tres brigadieres, pero responde a una versión ideológica de la historia, que intenta encontrar a los “culpables”. A buenos y malos. La historia tiene protagonistas, hacedores, circunstancias, etcétera, pero no culpables. Volviendo a Mitre, este inventó tres grandes momentos de la historia nacional: Moreno, Rivadavia … y él. No lo decía, pero era obvio que se incluía. El periodista Nicolás Calvo se lo hizo notar y quiso saber con cuál se identificaba, dado que Moreno y Rivadavia representaron posiciones antagónicas, pero no le fue muy bien que digamos.
–Las crisis cíclicas, ¿no acabarán nunca? ¿Es una falla de la dirigencia, que empieza en la época de la colonia?
–Recordemos que el primer Senado argentino (reunido en Paraná, Entre Ríos, 1854) fue una verdadera caja de sorpresas. Estaba compuesto por personalidades completamente disímiles. Nadie sabe cómo hicieron para disciplinarlos. La dirigencia argentina también es parte de una tradición. La forma de resolver los conflictos de la élite colonial, disputando constantemente la preferencia del soberano, era no resolverlos. Nunca se cerraban en una derrota, o en un triunfo definitivos. A su vez, la situación de conflicto constante le convenía al soberano. De ahí pasamos a la Junta de Mayo, que empezó fusilando a sus enemigos, una modalidad que ya habían empleado los realistas en el Alto Perú. Córdoba es un ejemplo bien claro de ello… (alusión a la matanza de Cruz Alta, donde Liniers, Gutiérrez de la Concha, Allende, Moreno y Rodríguez fueron arcabuceados por ser contrarrevolucionarios, en agosto de 1810).
–La indisciplina y la incapacidad negociadora, ¿están en nuestros genes?
–Sigue faltando una instancia que encauce los conflictos. Eso se nota a simple vista. También, y a diferencia de otros pueblos, acá nunca hubo autodisciplina. Se intentó, pero no se logró. La pena de muerte existía y figuraba en el Código Militar, pero nunca se aplicaba oficialmente. Estando en la cárcel, Mitre escribe el prólogo a su memorable Historia de Belgrano . Ese prólogo es un himno, y su autor hace gala de una gran serenidad al escribirlo. Mitre sabía perfectamente que no iba a morir fusilado.
Divina providencia
–Todo indica que siempre hemos confiado en la buena suerte …
–Desde sus comienzos, la historia argentina ha sido muy poco edificante. Pero las situaciones actuales son cada vez más críticas. Desde 1930 en adelante, Argentina tuvo un gran futuro en su pasado. A principios del siglo 20, el positivista José Ingenieros (1877-1925), que tenía gran admiración por Sarmiento, sostenía que la lucha entre los imperialismos del Hemisferio Norte favorecería a la Argentina y a Australia. No tenía la menor idea de cómo era Australia, sólo la había visto en el mapa. Dentro de ese esquema, la Argentina sería una gran proveedora de los productos primarios que el mundo industrializado necesitaba. La idea del “granero del mundo” no nos abandonaría jamás, y no creo que eso sea positivo. Bartolomé Mitre ayudó a cimentar ese concepto de país. El problema es que no lo veía como algo transitorio, sino perdurable. Pero no estuvo solo, en eso; las circunstancias lo acompañaron. Hoy en día, sin ir más lejos, reapareció la “Providencia” que invocaba Mitre.
–Entonces, lo de “Argentina potencia”, ¿no fue un invento de Perón?
–¡Todo el mundo hablaba de la “Argentina potencia”! Lo grave es no querer claudicar de ese concepto. Lo que agudiza el conflicto, en los últimos tramos de nuestra vida política, es la pérdida de posición en un país que no se contenta con no ser una potencia. El revisionismo histórico acentuó el problema al buscar víctimas y culpables. En los hechos, hubo una sucesión de coyunturas favorecedoras. Mitre decía que Argentina surgió en un “momento providencial”. Hace un par de décadas, los neoliberales celebraban la “mano invisible”, que beneficiaba a la economía de mercado. Hoy, 80 años después de Ingenieros, la Argentina vuelve a estar como éste predijo (aunque el mérito no es de Ingenieros, claro está). No es que Argentina ocupe una posición relevante dentro de los países emergentes. Ni que el Norte esté en ruinas o Australia sea un serio rival, sino que el panorama mundial vuelve a favorecer al sector primario en términos de intercambio comercial. Específicamente, al productor de soja. Ese es todo el “secreto” de la bonanza actual. El problema es que abordamos esta coyuntura con una cultura totalmente distinta. El peso de esa incultura puede tornar las cosas aún más difíciles.
–Volviendo al principio, ¿de dónde sale la idea, tan encarnada, de que el peronismo es el único garante de estabilidad política?
–Dada mi edad, a esta altura sólo me gustaría que esto tenga un final tranquilo. Pero lo dudo. En principio, la idea de que sólo el peronismo es viable en este país parece incólume. Lo mismo ocurre con el modelo agroexportador. Pero no sé si es solamente una “percepción”. El peronismo no garantiza la estabilidad. El peronismo decide si tenemos estabilidad o no.
–¿Somos gente de derecha que reniega asumirse como tal?
–Las categorías derecha e izquierda ya no alcanzan para calificar los procesos políticos, o las ideologías. Aún así, no diría que somos de derecha. Somos un país extremadamente conservador. Cada uno se sienta sobre lo que tiene y no lo larga. A la vez, somos conservadores porque somos tremendamente desconfiados. La desconfianza es la base del conservadurismo. En nuestra conversación previa, usted mencionó la frase de George Santayana “los pueblos que no aprenden de su pasado, están condenados a repetirlo”, y yo le pedí que habláramos de otra cosa. No me gustan las frases rimbombantes. Pero algo de eso, hay. Una característica de Argentina es no tener en cuenta el patrimonio heredado. Recomienza volviendo siempre a lo mismo. Recuerdo perfectamente cuando cayeron los militares, que varios conocidos míos se preguntaban: “¿Se puede saber qué ganamos con (la política de José Alfredo) Martínez de Hoz?”. Pues estaba bien a la vista. Se hacían esta pregunta en medio de los “gadgets” adquiridos en ese momento: televisores, microondas, secarropas y cuanta maquinita japonesa estaba disponible en el mercado. Antes había pasado lo mismo, con la prosperidad que deparó el primer peronismo, que llenó las calles y las casas de motonetas y licuadoras. No hace tanto, fue la época de (Domingo) Cavallo y el uno a uno. Todo esto es parte de nuestro legado histórico. Todas esas pertenencias nos han costado un precio, y no sólo el visible. Ah… ya que estamos, digamos que Miami otra vez está muy barato (risas).
Abismos morales
–La economía ¿es el auténtico motor de la historia?
–Las necesidades económicas han sido y son un factor imperioso. Es lógico que la gente luche por lograr conquistas económicas. Pero la moral colectiva ha cambiado tanto. Al estudiar los acontecimientos, no se pueden dejar de lado los indicadores sociales. Por ejemplo, ahí están los sheriffs estadounidenses (aquellos alguaciles austeros e irreprochables de las películas de cowboys)… Hoy tienen soberbias piscinas voladas y climatizadas, producto del narcotráfico, of course . ¿De qué otro lado puede salir tanta plata?
–¡Qué diría Sarmiento si pudiera ver al actual Estados Unidos!
–Por suerte, Sarmiento es totalmente imprevisible. Aun muerto, sigue siendo imprevisible. De todos modos, es muy común, entre nosotros, tener una visión idealizada de otras sociedades, en particular de las sajonas. Sarmiento estaba muy descontento con Argentina y tenía una visión muy idílica de los EE.UU., al que representaba como un país bucólico, de granjas familiares… Era un convencido de que la Argentina tenía que ser el equivalente austral de esos Estados Unidos idealizados. En cambio, mire usted, Mitre era más realista y más positivo con respecto al país. Siempre le decía (a Sarmiento), “cada cosa a su tiempo”. Y le recordaba que a la verdadera Conquista del Desierto la habían hecho las vacas. Sarmiento se espantaba de sus comparaciones poéticas, porque eran muy prosaicas. Mitre sostenía que la base de la prosperidad era “la civilización avanzando en cuatro patas”.
–Mientras tanto, Argentina se mantiene y hasta parece que prospera…
–Desde siempre, los visitantes extranjeros se han asombrado de que este país pudiera prosperar con la dirigencia que tiene. Decían: “La Argentina crece de noche, cuando sus gobernantes duermen”. Eso no parece haber cambiado. Pero siempre hay que preguntarse de dónde salen, los gobernantes.
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